En la década de 1950 muchos expertos de la industria de EEUU se trasladaron a Japón con el fin de transmitir sus conocimientos, mejorando así procesos y gestión de calidad en las fábricas niponas. Se produjo una sinergia entre el pensamiento racional occidental y la filosofía ancestral japonesa dando lugar al método Kaizen.
El término “kaizen” se compone de los kanjis kai (“cambio”) y zen (“bueno” o “beneficiono”). Es decir, se puede traducir literalmente como “cambio a mejor” o “mejora”, aunque la filosofía que subyace tras el término se refiere más concretamente al hábito de la “mejora continua”.
Aunque los académicos norteaméricanos enfocaron el método a la industria, los orientales incluyeron los pilares de la filosofía taoísta que tienen en cuenta al individuo, su desarrollo personal y su aportación al bienestar de la sociedad.
Grandes firmas niponas como Toyota, Nissan, Hitachi o Sony adaptaron el método a sus equipos. El tiempo es un factor muy importante en la metodología Kaizen, y la que la hace diferente al resto. El Kaizen, aplicado a la empresa, considera la pérdida de tiempo como un despilfarro. Por ejemplo, un proceso pendiente de iniciarse porque falta la firma de alguien importante en la empresa (burocracia). Es un estancamiento, y como tal, supone un freno y la ocasión para que la competencia se aventaje. El tiempo es algo irrecuperable.
Más allá de su eficacia a nivel industrial, el Kaizen es un método a tener en cuenta por cualquier persona en la consecución de sus objetivos. El proceso de mejora continua que defiende el Kaizen está íntimamente relacionado con la perseverancia, la constancia; es decir, este método pone el foco en la repetición de pequeñas acciones de forma continuada para conseguir el objetivo.
A menudo nos vemos desbordados por la complejidad de ciertas tareas que tenemos que realizar. Esto nos supera psicológicamente y, ante la duda, procrastinamos indefinidamente. El Kaizen busca que simplifiquemos el día a día, que dividamos nuestros quehaceres en tareas más pequeñas. De esta manera, seremos conscientes de que existe un progreso, que avanzamos; aunque sea despacio. Y la sensación de ir avanzando nos recompensa psicológicamente. Es una estrategia psicológica para evitar la tendencia natural del cerebro de refugiarse en la zona de confort. El clásico “sin prisa, pero sin pausa”. Se pierde mucho más tiempo por la procrastinación que por la lentitud al realizar acciones. Además, la repetición de acciones de forma continuada, por pequeñas que sean, nos ayuda a construir un hábito. El fin último del Kaizen es evitar el estancamiento, la interrupción del desarrollo personal o profesional.
Ponte una meta, pero no te preguntes que debes hacer para conseguirla, sino que hábitos debes tener para que en algún momento la consigas. Y una vez definidos esos hábitos, pregúntate que tareas debes hacer en tu día a día para crear el hábito.